Brokeback Mountain nos relata la historia de cómo dos jóvenes se enamoran durante el verano de 1963, mientras trabajan para un terrateniente cuidando a sus ovejas en la montaña. A partir de entonces, comienza un largo recorrido en el que ambos se enamoran perdidamente, pero hemos de destacar que este no es un amor fácil, la personalidad de ambos es totalmente opuesta y ello hace que en ocasiones lleguemos incluso a temer por su integridad. Mientras que nos encontramos con un Jack Twist divertido y espontáneo, Ennis del Mar nos muestra la cara fría de la moneda, la que se niega a aceptar su homosexualidad y lucha constantemente por negarlo.
Y todo ello lo podemos apreciar gracias a los magníficos planos de la película y su
fantástica fotografía, que nos deleita con primeros planos y planos cortos de
los rostros de los personajes logrando así un alto nivel de empatía con el
público, que es capaz de imaginarse los miedos, alegrías y preocupaciones de
cada uno de ellos, momentos en los que temes por su amor y momentos en los que
piensas que es tan fuerte que puede resistir contra viento y marea, por encima
de cualquier dificultad, de la distancia y de todos los problemas que se interpongan
en su camino. Para ilustrar lo dicho, siempre me gusta poner el ejemplo del momento
en que Ennis acusa a Jack de haber estado con otros hombres en México. Pues
bien, dicha escena acaba con un abrazo de Jack a Ennis, ¿hace falta explicar
algo más?
Pero quizás sea este el punto fuerte de la película, el
hecho de que desde un primer momento sabes que ese amor no va a ser fácil, que
va a costar mantenerlo, porque ¿qué sentido tendría sino el resto de la
película? De hecho, ¿por qué a veces nos aburren tanto las comedias románticas?
Porque son tan predecibles y “pastelosas” y teniendo en cuenta el rol de cada
personaje en la historia, ya sabes cómo puede acabar en el 90% de las probabilidades,
me atrevería a afirmar. Sin embargo, y no quiero hacer ningún spoiler, esta
película te sorprende constantemente, a pesar de que hay momentos en que puede
resultar un poco lenta y con demasiados planos generales del paisaje.
Pero todo hay que decirlo, Ang Lee fue muy astuto eligiendo
a sus actores principales, puesto que se tratan ni más ni menos que de Jake
Gyllenhall y Heath Ledger, lo cual como podréis imaginar, te insta aún mas a
verla, y qué decir si sois mujeres, para que vamos a engañarnos. Por no
mencionar los maravillosos planos de los personajes ataviados con gorros de
vaquero bebiendo whisky y cantando canciones de rodeo a la luz de una hoguera.
Podría seguir contándoos miles de cosas sobre la película
pero prefiero dejaros con unas imágenes, que ilustran mejor el ambiente que se
respira durante toda ella. Yo la he visto cuatro veces, ni más ni menos, y cada una de ellas
descubres algo nuevo, un nuevo detalle que se te escapó la última vez.
Y cuál fue mi sorpresa cuando leí hace unos días en El País que la obra sería adaptada a la
ópera por Annie Proulx, que declaraba lo siguiente:
“Para decirlo de forma sencilla: la película era romántica,
la ópera no lo será. Mi sentimiento sobre literatura y cine es que son dos
medios tan distintos que Hollywood posee un largo historial sobre cómo
destrozar una historia, dejarla como algo estúpido, ridículo y casi
irreconocible”.
No sé cómo será el resultado pero lo que si sé es que yo seré
una de las primeras en verla, ¡aunque tenga que remover cielo y tierra para
conseguir una entrada!
¿Ha quedado claro ya que es mi película favorita?
Precisamente una de las cosas que más me gustó de la película fue el tratamiento de los tiempos. Su excesiva lentitud narrativa (centrándose en paisajes, primeros planos y conversaciones pausadas) en contraposición a la rapidez y brusquedad con que transcurren los años (como sus vidas cambian pero ellos, su relación, permanece casi igual).
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